viernes, 16 de febrero de 2007

la invasión

Camino por la calle, desde Callao hacia Sol. Ya puedo distinguirlos, dispersos entre la multitud con sus distintivos de colores, carpetas y bolis. Allá voy.

Cuando me cruzo con ellos miro hacia otro lado, me hago el despistado como si la cosa no fuera conmigo, pero son tantos… No se si podré escabullirme. La música retumba en mis oídos, la pongo tan alto como puedo en un intento de alejarme de la realidad y comiezo a avanzar. La cosa marcha, mi actitud parece hacer mella en aquellos que no acechan ya a otra victima inocente y se mantienen alejados ante mi indiferencia. Continúo. Sí, parece que funciona. Ya veo a lo lejos al oso (también el madroño) Voy a salir indemne de esta. Ya está ahí, Sol, mi salvación… Cuando de repente la vi acercarse. Estoy perdido. Dando saltitos, como la que no quiere la cosa, se coloca delante de mí. Es mona. Sonríe y lo suelta. No he podido escapar. “Perdona tienes un segundito”. La liamos.

Es bajita, con una cinta morada en su pelo corto y rizado. Yo, por eso de la educación me paro y meto mi mano el el bolsillo para apagar el mp3 y poder escucharla. Al verme, me dice que no me preocupe, que no me va a quitar nada. Me callo un “eso está claro” y le indico lo que estaba haciendo. Más sonrisas y de nuevo a la carga. “Mira somos de Greenpeace y”… La corto enseguida. Le digo que no me interesa. De verdad que no. Muy serio, para que vea que no tiene nada que hacer conmigo. Ella me obsequia con su mejor sonrisa a la vez que pone ojitos para ver si consigué así retenerme… pero no, me mantengo firme y soy yo ahora el que sonríe. Hasta luego. Music on de nuevo y sigo mi camino.

Y es que cualquiera que pasee un dia por Madrid va a toparse con decenas de jóvenes intentando captar socios para la ONG que sea. Y, sí, la cosa está muy bien y su trabajo es loable y todo eso, pero llega un momento en el que su interés ronda el acoso, sobre todo en el centro y cerca de los grandes centros comerciales; lo que no deja de ser algo digno de ver. La gente sale de las tiendas con bolsas y más bolsas, y más bolsas, y más bolsas… y allí mismo, tienen la redención, la posibilidad de ser solidario al instante apadrinando un niño o dando algo al mes para médicos sin fronteras, o para cualquier otra. Y en perfecta simbiosis, los captadores se aprovechan del sentimiento de culpa de los que salen saciados de consumismo occidental en una especie de reproche. “Mira todo lo que acabas de gastar en tí. No te da cargo de conciencia. ¡Apadrina un niño!” Yo al verlo, pienso que hay algo que se me escapa, algo que no funciona en todo esto. Un detalle ínfimo, la pieza clave que dota de lógica al todo. Me voy con una sensación de vacío que ya he experimentado otras veces… Y mientras, un poco más abajo, una veintena de inmigrantes en su mayoría, negros exponen en sus mantas (sábanas, más bien) bolsos, gafas, DVDs…

El conjunto, Dantesco. De esas cosas que sólo pueden verse en una ciudad grande; que no siempre, una Gran Ciudad.

Saludos. Desde el comienzo de mis pasos.


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