sábado, 17 de febrero de 2007

genética

Hay comportamientos regidos por los genes. Eso ya es algo que nadie duda, si bien muchas veces he charlado con gente, normalmente "de letras" que dice que bueno, sí, que lo de los genes está muy bien pero que el entorno influye muchísimo y que el aprendizaje es aun más importante... Conversaciones que normalmente no llegan a ninguna parte, entre otras cosas, porque en el fondo, ni yo soy genetista, ni nadie de entre mis conocidos es antropólogo o antropóloga y claro pues todos tiramos de nuestra cultura general y algún que otro documental o artículo leido en la revista o periódico que sea como fuente para elaborar nuestras sesudas teorías y así, es imposible. Pero... porque hay un pero, ciertas cosas son irrefutables, y una de ellas es que tanto unos cuantos amigos y amigas mios como yo tenemos hiperdesarrollado un gen que nos permite pasar 12 y muchas más horas seguidas jugando al tute, a la pocha, a la canasta, al risk, al monopoli o al juego que haga falta...
Quiso el azar que nos juntásemos todos en la Universidad Autonóma de madrid. Concretamente, en la facultad de ciencias y afinando aun más: frente al C-XVI. Es con esta gente, donde he podido ver que lo del gen es un hecho.
Salgo de clase por la mañana y Natxo está en las mesas, me pido un café y empezamos un chinchón. Mientras hablamos, jugamos (e inventamos cancioncitas estupídas). Al rato aparece Emilio. Un tute cabrón ¿no? (Seguimos con la canción y a Emilio le parece perfecta. Hace coros) Cambia el juego, pero sigue la historia. Y después Antón o Mery o Alberto o Victor. Ya somos cuatro. Tute. Non Stop. Y así iba pasando el día. Entre clases y unos que llegaban y otros que se iban y, bueno, algunas veces demasiada pérdida de tiempo... Pero lo nuestro era vocacional. No nos cansábamos nunca y lo más importante: No era un pretexto para perder el tiempo; era el fin, y la pérdida, una consecuencia inevitable. (La canción ha sido todo un exito. El hit de la semana)
Y ese gen era el mismo que hacía que cuando acabase el día terminásemos en el andén del cercanías dejando pasar trenes y trenes entre risas y concursos de lanzar aviones de papel o cualquier otra estupidez. (El record absuluto en lo de los aviones lo tiene Sergio que consiguó colocar su avión en el techo del tren y luego el tren se piró si que se cayese. Así que llegó más lejos que cualquier otro. Seguro) Esto de los trenes era algo que sorprendía a la gente que no nos conocía bien. ¿Pero os quedáis aquí con el frío que hace? nos decían. Sí, nos lo pasabamos genial. Con una muleta, que yo lleve unos meses que anduve lisiado, mochilas y una pelotita jugabamos al minigolf... En fin, que para eso hace falta predisposición genética. Vamos, ¡yo no lo dudo!
Y esto es sólo una pequeña muestra, porque tenemos frikeces por ahí que pueden llegar a asustar, pero no quiero aburrir a nadie contando demasiadas batallitas.

Desde que he empezado a escribir esto he comenzado a añorar esos días que nunca más van a volver. Al menos, no así. (La univesidad, acabó) Y es curioso que, sin que haya pasado mucho tiempo desde entonces, ya los vea remotos, como pertenecientes a otra vida diferente. Pero bueno, si lo escribo es porque hoy hemos quedado en casa de Antón para pasar una noche de cartas y juegos. Estoy contento, y a la vez, triste...

Apunte: El gen del que he hablado pertenece al mismo tipo que hace que muchos en mi familia materna digan "a la izquierda" con la mano señalando hacia la derecha. De eso, también estoy seguro.

No hay comentarios: